Siempre me han atraído de forma especial los folletos de Pedro Poveda en torno al Proyecto pedagógico para la fundación de una Institución Católica de Enseñanza. Me impresionaba ese afán suyo por hacer «creíble» su propuesta de unir esfuerzos y articular voluntades entre el profesorado, orientándolo a una acción común: el suscitar un movimiento pedagógico y la creación de instituciones que lo apoyaran estableciendo redes de mutua ayuda en el trabajo profesional de los educadores.
En los años 70, este pensamiento había entrado en rápida sintonía con una mayoría del profesorado en España. Es la época de los grandes movimientos de renovación pedagógica, de la creencia en la educación como fuerza transformadora de nuestra realidad social.
Pero el panorama ha cambiado sustancialmente. Aunque los informes mundiales se esfuercen por presentar la educación como un elemento clave de la «resolútica mundial» (King y Schneider, 1991), cuyo objetivo no es meramente instrumental y utilitario sino «orientado a la realización integral del ser humano, en toda su riqueza» (Delors, 1996), el profesorado atraviesa, en general, por un período oscuro y crítico para su desarrollo profesional y el malestar docente constituye una realidad en muchas de nuestras instituciones educativas.
Hargreaves resume expresivamente esta situación al final de su obra Profesorado, cultura y postmodernidad:
«Los profesores saben que su trabajo está cambiando, al mismo tiempo que el mundo en que se desenvuelven. En la medida en que las actuales estructuras y culturas de la enseñanza se dejen tal cual están, la tarea de responder a estos cambios complejos y acelerarlos desde el aislamiento, sólo creará mayores sobrecargas, intensificación, culpabilidad, incertidumbre, cinismo y abandono masivo». (Haargreaves, 1996, p. 287).
He querido subrayar «desde el aislamiento» porque ninguno de los cambios que se sugieran a nivel estructural y cultural en el campo de la educación (o en cualquier campo social) son posibles de llevar a cabo aisladamente. La cultura es obra siempre de un colectivo, de un grupo humano.
Y es aquí donde deseo situar la propuesta educativa de Poveda a los educadores. Difiere mucho su contexto del nuestro. Difieren los lenguajes y las necesidades de las que partimos. Tambien la reflexión y estudio sobre el desarrollo profesional de los docentes se ha visto enriquecida por indudables aportaciones a nivel mundial y en nuestro país . Es más, esta necesidad de identificar los campos profesionales de los educadores ha crecido extraordinariamente. El desarrollo profesional en la educacion no formal es un camino que se afirma con fuerza, no exenta de dificultades. Entonces, ¿por qué sigo creyendo en la actualidad de su propuesta?
A lo largo de estos meses, he vuelto a leer despacio los textos de Poveda, asi como la acción desarrollada por él. Pienso que Pedro Poveda inició un diálogo con los educadores que aún continúa.
La mirada
Contempló la realidad de su tiempo y les habló de ella. Les invitó a mirarla, a comprender sus necesidades, sus expectativas, su potencial, sus carencias, las fuerzas de acción social, cultural y política que la movilizaban. Pero también les invitó a descubrir la profimdidad del misterio que da sentido a la vida, que trasciende la realidad cotidiana sin aislarse de ella. Esta capacidad reflexiva que descubrimos en Poveda, nace de la observación atenta y comprometida a la realidad, integral y dinámica.
Hoy nos invita de nuevo a mirar con simpatía el mundo pero también nuestra realidad cercana -a los procesos y a las personas, a las instituciones y a la vida- y descubrir sus demandas. ¿Cómo afecta el contexto a los educadores? ¿Cuáles son las fuerzas, el potencial del cambio que pueden suscitarse en el interior de los procesos socioculturales actuales?
El educador como protagonista del cambio
De esta mirada, atenta a la realidad de su tiempo, surgieron los Proyectos. Y esos proyectos de cambio educativo se los ofreció a los educadores. Contó con ellos para construirlos. Pensó en ellos al desarrollarlos. Creyó que ellos no sólo serían capaces de llevarlos a la práctica sino de proyectar, de soñar juntos, de construir una cultura más solidaria, donde grupos sociales, hasta entonces excluidos de ella, tuvieran cabida. Fueran así, protagonista del cambio.
Hoy necesitamos de nuevo entendernos como educadores, consolidar el auto-reconocimiento personal y profesional, afianzar nuestra identidad y los rasgos que la definen.
Necesitamos sabernos capaces de proyectar una educación válida para nuestros alumnos y alumnas, inmersos en un mundo que se caracteriza por la fragilidad y fragmentación de los procesos de socialización, vinculados tradicionalmente a la familia y a la escuela. ¿Cómo dialogar con estas generaciones, tan distintas a la nuestra?
La formación y la acción de los educadores como experiencia solidaria
Y Pedro Poveda comenzó haciendo. Cuando en los últimos años de su vida, repasa su propia historia, explica por que se decidió a dar ese paso.
«Yo invitaba a todos. En vista de que nadie se comprometía a poner en marcha el proyecto, commence la primera Academia como medio de dar forma a la idea». (Poveda, 1935, cit. por Velázquez, 1987, p. 22.)
Fiel a sí mismo, Poveda, sin renunciar al proyecto, comienza con una realización modesta, concreta, en la que se vaya plasmando, desde la experiencia, la idea inicial. Pero no se encontró solo en ese camino. Ningún proyecto educativo se hace en solitario. Comenzó invitando a una acción que exigía el apoyo mutuo, la formación solidaria de los educadores. Como su propuesta no se centraba meramente en una oferta curricular nueva o en una nueva metodología, sino que aspiraba a contribuir, modesta pero realmente, a la transformación social, la acción a la que invitaba iba orientada a desencadenar procesos formativos, climas formativos que dieran origen a una nueva cultura.
Hoy que el campo educativo ha ampliado las áreas de acción, la oferta de Poveda nos sugiere una manera propia de introducirnos en ellos, si lo que deseamos es colaborar en la reconstrucción social de nuestro mundo. ¿Cómo crear en las instituciones donde nos movemos una cultura de la colaboración? ¿Cómo puede trabajarse, desde lo cotidiano, la investigación de nuestra propia práctica, la formación de los profe- sionales y la acción educativa? ¿Cómo tejer ahí un nuevo estilo de relaciones interpersonales que nos permita construirnos como personas, sin cerrarnos en el nicho confortable de los amigos, abriéndonos a la intemperie de un mundo extraordinariamente complejo y violento, que cierra muchas veces sus fronteras a los inmigrantes pero está aprendiendo a navegar por las autopistas de la información? ¿Cómo avanzar en solidaridad, sabiéndonos recíprocamente necesarios en un mundo interdependiente?
Estas son algunas de las cuestiones que guían nuestra reflexión sobre la propuesta educativa de Poveda a los educadores, hoy.
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MARGARITA BARTOLOMÉ PINA
Universidad de Barcelona
En Atreverse a educar. Congreso de Pedagogía, Pedro Poveda educador. Vol. 2. Edit. Narcea. Madrid 1998