Esta concentración de hombres y mujeres, llegados de horizontes, naciones y continentes tan diversos, ¿no es, acaso, una prueba de la comunión que, por encima de todas las barreras, une espíritus y corazones, cuando se les da un lugar de comunicación? Y ¿no corresponde a la alta vocación de la UNESCO, desde su fundación, el ofrecer a todos los hombres de buena voluntad una tribuna para el encuentro y para el diálogo, y el presentarse a nuestro mundo moderno, atravesado por trágicos fermentos de división, como el lugar privilegiado donde el pluralismo de las familias espirituales que componen la humanidad, pueda manifestarse en un auténtico clima de hermandad y de paz?
Con la competencia y el talento que les es propio, el eminente profesor García Hoz, de Madrid, y la señora Aranibar, expresidenta de la “Unión interamericana de mujeres” les hablarán, respectivamente, del pensamiento pedagógico y de la mujer, en el universo de Pedro Poveda. Harán así dialogar el antiguo y el nuevo mundo en una Cantata a dos voces. Y nosotros nos regocijaremos al escucharlos con atención y provecho.
A mí me corresponde, más modestamente, en estas palabras preliminares y a modo de introducción, el hacerles penetrar en el pórtico de esta vasta catedral: el humanismo de Pedro Poveda en su contexto histórico.
¿Hay algo más fascinante que este contexto de 1874 a 1936 que encuadra la agitada vida y la muerte de nuestro pedagogo? Sería preciso el consumado arte de un cineasta experimentado cuya cámara explorase los archivos de una historia contrastada, desde el Golpe de Estado del General Pavía, la dictadura de Serrano, el pronunciamiento de Martínez Campos y la tercera guerra carlista, hasta la Revolución de Octubre en Asturias y Cataluña. Y mientras, comienza la larga marcha de los comunistas chinos de Mao Tse Tung, triunfa el Frente Popular a ambos lados de los Pirineos y Hitler y Mussolini proclaman el eje Berlín-Roma, síntomas de la sinfonía trágica que amenazará con hundir a Europa en una guerra fratricida, de dimensiones cada vez más grandes, a través de un universo que chorrea sangre y lágrimas. ¿No es, acaso, ésta la época en que Charlie Chaplin produce su incomparable obra maestra “Los tiempos modernos” donde el humor fraterno de la cámara no consigue enmascarar lo trágico e inhumano de una era industrial que deviene tecnócrata?
Nueve años tiene el joven Pedro cuando en 1883 muere Karl Marx y nace José Ortega y Gasset. El teléfono, el fonógrafo, la cinematografía, la lámpara eléctrica, la bicicleta y el automóvil, se lanzan a la conquista del mundo. Al mismo tiempo éste acentúa la ruptura entre un grupo de privilegiados que se benefician y una masa de trabajadores cuya ”inmerecida miseria” será condenada por el Papa León XIII en la primera gran encíclica social “Rerum Novarum” de 1891. Tiene entonces Pedro 17 años y estudia teología en el seminario de Guadix.
Mientras que Becquerel descubre la radioactividad (1896), los Curie el radio (1898) y Branley el principio de la telegrafía sin hilos, en un pequeño laboratorio de la calle de Assas, en el Instituto Católico de París (1899), don Pedro es ordenado sacerdote en Guadix, donde comienza a enseñar (1897-1905) Historia de la Filosofía, Lógica y Patrística.
“Este siglo tenía dos años…”. Estamos en 1902. Reina Alfonso XIII. El joven sacerdote que ha descubierto el problema social, va, intrépidamente, a exponerle sus proyectos y un decreto real le otorga, generosamente, 500 pesetas.
A la vez que Picasso y Braque exponen sus primeras obras cubistas (1909) la ley española suprime la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas, y fija un horario máximo de trabajo semanal de 60 horas (1913). Para Don Pedro es el momento decisivo: las fecundas colaboraciones, las grandes fundaciones y los estudios pedagógicos van a la par de sus realizaciones concretas. En el momento de la primera guerra mundial y de la revolución rusa Pedro Poveda multiplica sus esfuerzos en el doble plano de la formación pedagógica y de la promoción de la mujer; éstas serán siempre sus dos preocupaciones esenciales.
La marcha sobre Roma, el pontificado de Pío XI (1922), la abdicación de la joven Sociedad de Naciones ante el crecimiento del fascismo en Europa, la publicación de ”La agonía del cristianismo” de Unamuno (1925) y el crac económico de los Estados Unidos (1929) coinciden con el preludio de la guerra civil de España, de la que será víctima Don Pedro (1936).
He aquí, trazados a grandes rasgos, los hilos de la trama histórica contrastada, sobre la que destaca el humanismo de Don Pedro Poveda, en una España donde se opera con fuerza el retorno de lo trágico, y una Europa presa, según las inolvidables palabras de Chesterton, de las “enloquecidas ideas cristianas”.
Nada nos serviría mejor para definir el humanismo de Don Pedro que las célebres palabras del Papa Pablo VI en la última sesión pública del Concilio, el 7 de diciembre de 1965, en la Basílica de San Pedro de Roma: “Humanistas modernos, sabed reconocer nuestro nuevo humanismo; también nosotros, y más que nadie quizás, rendimos culto al hombre… Nuestro humanismo deviene cristianismo, y nuestro cristianismo se hace teocéntrico de tal modo que podemos igualmente afirmar: para conocer a Dios hay que conocer al hombre”.
Tal es el humanismo de Pedro Poveda en nuestro siglo en que el hombre, atendido por las desmesuradas conquistas que su inteligencia ha hecho a la naturaleza, titubea ante el sentido que debe dar a su existencia.
Al igual que las realizaciones pedagógicas de Don Pedro, toda su reflexión parte de la misma intuición y son muestra de la misma convicción: hay que educar al hombre para hacerle posible ser lo que es.
Desde 1897, el joven profesor de filosofía del seminario de Guadix se encontrará, casi sin darse cuenta, lanzado a la acción social, en el corazón de su provincia, llamada por Azorín, en aquellos años difíciles “la Andalucía trágica” trabajada por potentes fuerzas de inspiración anarquista.
Es, ya lo sabemos, en 1901 cuando Francisco Ferrer funda la “Escuela Nueva” según los principios del movimiento educativo libertario.
Poveda, desde 1902, realiza con su presencia y su acción un considerable trabajo entre el proletariado agrícola y los gitanos de las cuevas de Guadix. Este apóstol ha encontrado el secreto de todo apostolado: compartir la vida de aquellos a quienes se consagra en cuerpo y alma. Hace suyos su existencia precaria y sus problemas. Y a partir de esta existencia compartida multiplica las iniciativas, despierta la conciencia social, crea escuelas, interpela a los poderes públicos, en fin, como dirá Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio, hace una llamada a todos aquellos que se han convertido en “un prójimo más próximo” a responsabilizarse de su propio destino, para un desarrollo solidario de todo el hombre y de todos los hombres en el triple plano económico, social y espiritual, ya que el hombre no es y no puede ser reducido a algo unidimensional.
No cabe duda que el hecho de compartir la condición humana, por evangélico que sea, no puede dejar de suscitar la contradicción y atraer la persecución. La clase dominante ve en ello una peligrosa amenaza contra el orden establecido y los movimientos de izquierdas una recuperación burguesa que escamotea la injusticia fundamental de las estructuras alienadoras de la sociedad capitalista. Todo esto le obligó a abandonar Guadix, llevando en su carne y en su corazón herido el sufrimiento de su pueblo cuyo dolor no le abandonaría nunca.
No menos inquieta es la sociedad que encuentra en Asturias, en 1906, presa de un desequilibrio económico y social, a lo que se añade la contestación de los valores tradicionales y la crisis de la institución escolar. El progreso de la laicización no deja de suscitar una violenta oposición doctrinal provocando la semana trágica de julio de 1909 en Barcelona donde las pasiones se desencadenan con el proceso Ferrer y la destrucción de los edificios religiosos, donde los unos equiparan educación laica e incendios revolucionarios y los otros identifican la escuela católica con el espíritu inquisitorial.
Y entonces, el camino a seguir de Poveda, queda trazado: formar hombres “de virtud y ciencia”, suscitar a través del país un verdadero cuerpo de educadores, aparte de toda querella política y más allá de la trama ideológica: en resumen, “formar formadores” profesionalmente competentes y espiritualmente motivados. Así surgen sus famosas “Academias”, centros culturales que permitan estrechar los lazos entre educadores y darles una formación adaptada en un clima de promoción humana y de expansión espiritual. Entre el integrismo reaccionario y el anticlericalismo militante, promueve un cuerpo solidariamente responsable de una educación adaptada a las masas. Júzguese por el manifiesto de la Enseñanza Moderna, Revista quincenal ilustrada de Educación Social, del 15 de julio de 1912:
“Una empresa periodística de fines levantados, para poder desarrollarse con pujanza necesita penetrar en la médula del pueblo, conocer su lastimoso estado y tratar de redimirlo; más esto sólo puede lograrse con una gigantesca labor permanente, firme y concienzuda, condensada expresivamente en esta palabra: ¡Educación! ¿Quién nos mueve, pues? ¡El amor a la cultura! ¿A dónde vamos? A despertarlo en el pueblo”.
El movimiento reformador se ha extendido por 12 ciudades importantes, pero tendrá su sede en Madrid, donde Poveda se convierte en “educador de educadores” en un mundo que ha visto tambalearse los valores más sólidos y en una España víctima de un trágico pesimismo. Ante la decadencia de las ideologías y el escepticismo destructor de las minorías, Poveda afirma con fuerza su fe en el hombre y trabaja sin tregua para formar hombres en este momento del que dice Ortega y Gasset, que “el problema español se ha convertido en problema pedagógico”.
Construir un mundo nuevo sobre las ruinas de una vieja sociedad, tal es el programa humanista de Poveda: un mundo fraterno y acogedor para todos los hombres, ante los enfrentamientos estériles del momento que muy pronto serán sangrientos. Para él, hay que ayudar al hombre a desarrollar todas sus virtualidades personales y comunitarias y por tanto insertar su libertad creadora en el tejido social, luchando contra la esclerosis del conservativismo y las mutilaciones del racionalismo, porque es todo el hombre y cada hombre el que debemos promover en una simbiosis armónica y fecunda.
Humanismo a base de valentía y fundado en esperanza: “educar es reconstruir” en un único movimiento el hombre y la sociedad, conjugando para esta gran obra los múltiples resortes diversificados de la pedagogía del “plein air”: educación física y manual, técnica y estética, canto, música, dibujo, teatro, poesía, en una estimulante emulación entre maestros y discípulos.
Humanista, cuya inteligencia, en lugar de perderse en una crítica disolvente, se enriquece en la reflexión positiva y la creación original al servicio de la juventud, a la que proclama con acentos líricos, “arma poderosa, brazo omnipotente, fuerza del mundo”. Humanista que supo compartir su fe en el hombre: “dadme una vocación de educador y yo os devolveré una escuela, un método y una pedagogía”. De aquí la extensa red de maestros y profesores que suscita en torno, hombres y mujeres orgullosos de participar en una renovación pedagógica, en el Instituto, la Escuela Normal, en la Universidad, a través de clubs, residencias universitarias, asociaciones de estudiantes, con marcada predilección por promocionar a la mujer en las tareas de la educación, la investigación y la cultura a través de las Academias, jornadas de estudio, semanas pedagógicas y centros formativos.
El pensamiento y la acción de Pedro Poveda se extienden por encima de toda frontera y su mensaje se transmite hoy en 5 continentes.
Asociados en la Institución Teresiana, educadores, científicos, cristianos comprometidos a todos los niveles en una profunda acción social y cultural, prosiguen el camino emprendido por Pedro Poveda.
Permitan que el Rector del Instituto Católico de París lo diga al término de esta breve y a la vez larga intervención: a la Institución Teresiana debo el haber descubierto la vida y la influencia de D. Pedro Poveda a través del mundo. Que su humanismo continúe más allá de la celebración de su centenario, y prosiga así permitiéndonos sacar un gran provecho. Me es particularmente grato, señor director, señores embajadores, señoras y caballeros, en el seno de la UNESCO, consagrada a la educación, a la ciencia y a la cultura, rendirle públicamente mi homenaje.
Paul Poupard
Rector del Instituto Católico de París
Sesión conmemorativa en la UNESCO. París 1974
CENTENARIO DE PEDRO POVEDA 1874-1974