Para mí está fuera de toda duda que el espíritu es lo primero en nuestra Obra y no sólo lo primero; sino lo esencial, aquello por lo que la Obra ha de vivir, ha de tener existencia y ha de ser obra de apostolado. Pero con el espíritu pongo yo la ciencia en las teresianas y considero que espíritu y ciencia es la forma substancial de la Institución, es decir, aquello por lo que es o que es y no otra cosa diferente, mejor o peor.
Considero como un desacierto todo lo que vaya contra esta unión de virtud y ciencia, y toda la que así no lo entienda, no entiende lo que es la Obra.
Y no creáis que es suficiente una virtud endeble ni una ciencia de relumbrón. Ambas cosas, virtud y ciencia, han de ser sólidas y robustas.
Temo mucho que después de tanto encarecer este pensamiento fundamental, después de haber escrito tanto acerca de esto, y después de haberlo repetido de palabra en tantas ocasiones, no sea éste un dogma para vosotras, y penséis que se puede hacer la Obra, y hasta quién sabe si alguien piensa que se debe hacer sin tanta ciencia. Claro está que una ignorante, si es santa, bien satisfecha puede estar y buena carrera hizo, pero no es su sitio la Institución, ni encarnará la Institución, ni será teresiana. En mil sitios se puede servir a Dios nuestro Señor sin necesidad de tanta cultura, pero aquí, en la Institución, se le ha de servir con todo lo que pide vuestra misión. Yo quisiera que os percataseis bien de que mi empeño no es una ilusión, que sintierais la necesidad de ser como os digo, que alcanzarais a ver toda la fuerza que da a una teresiana, no para lucimiento propio, sino para llevar almas a Dios, para su obra de apostolado, esa sólida y alta cultura. Es necesidad de los tiempos y si habéis venido a la Iglesia para defender sus sagrados fueros hay que tomar las armas de la cultura y acudir allí donde nos emplazan para luchar y vencer en nombre de la fe, con las armas de la ciencia. Parad mientes en lo que hacen los misioneros cuando van a tierras de infieles, qué armas emplean, de qué medios se valen, para adquirir el prestigio necesario y después predicar a Jesucristo, bautizar y hacer cristianos. El fin es el mismo: vosotras no perseguís otro que el llevar a Cristo la juventud estudiosa, pero vuestro instrumento es la ciencia, y como, además, Dios nuestro Señor así lo quiere, El hará que fructifiquen vuestros esfuerzos, pero cuando empleéis el medio que profesáis y al que os habéis consagrado. Tengo para mí, que si la Institución no va por estos derroteros, si se apaga en ella la luz de la ciencia, podrá ser otra cosa, otra asociación buena y útil, pero no llegará donde llegaría siendo fiel al ideal que presidió su fundación. ¡Y si hubiera otra Obra que pudiera reemplazarla! Pero de momento yo no la veo.
Puede nuestro Señor inspirarla y realizarla, pero ¿no será la voluntad de Dios que sea la nuestra y no otra la que realice este apostolado? Lo que más me preocupa es que no termino de convencerme de que estéis persuadidas de cuanto os digo acerca de esto, pues si yo tuviera el convencimiento de que pensabais y sentíais como yo en este punto, tengo tal concepto de vosotras que no dudaría de que ni los mayores sacrificios serían bastante para haceros retroceder en el camino de la cultura”.