Si observáis algo bueno en las jóvenes que se educan en los internados teresianos, sabed que se debe al Crucifijo.
En lo humano, la moderna pedagogía razona bien este éxito educativo.
Estudian con amor la vida de Jesús; contemplan su divina fisonomía; meditan su Pasión portentosa; todo lo cual produce un estado afectivo capaz de inspirar y sostener la actividad necesaria para formar un carácter.
En Cristo juntan lo intelectual con lo ético y lo estético. Las ideas más sublimes, evocadas ante la divina imagen, adquieren toda la virtud necesaria para triunfar del obstáculo que los apetitos desordenados oponen al fin de la educación, porque van juntas con los más fervientes tonos del sentimiento.
Y si la biografía, que es lo más humano de la historia, adquiere incomparable fuerza de sugestión cuando relata la vida de un héroe, y si la plasticidad que damos a la historia, presentándola en una imagen, constituye un doble medio educativo por la intuición en que se ofrece, la mirada al Crucifijo es relevante medio pedagógico para el fin que persiguen.