Por ARMANDO PEGO PUIGBÓ.- En este artículo se procura ofrecer una panorámica de la recepción historio- gráfica de la vida y la obra del sacerdote y pedagogo Pedro Poveda (1874-1936). Se presentan así los rasgos de una singular propuesta pedagógica católica en una época secularizada. Poveda quiso hacer presente el mensaje cristiano en las estructuras educativas estatales animando el diálogo entre fe y ciencia. Este programa de modernización comprende también las claves hermenéuticas de una época marcada por las actividades de la ILE.
La figura de Pedro Poveda (Linares, 1876-Madrid, 1936), sacerdote y pedagogo español del primer tercio del siglo XX, fundador de la Institución Teresiana, habría de cobrar un renovado protagonismo en las circunstancias sociales y políticas de la España e incluso de la Europa de comienzos del siglo XXI. Tal protagonismo ha estado oscurecido por un conjunto de factores históricos, pedagógicos y religiosos que conviene analizar y repensar en un momento en que se están discutiendo los límites de la laicidad en las sociedades democráticas occidentales.
En las siguientes páginas centraré mi exposición, por un lado, en las razones historiográficas que parecen haber preterido la originalidad de la obra povedana y, por otro, en los nuevos caminos que se están abriendo en el estudio de uno de los personajes clave de la educación española –no sólo católica– desde la etapa final de la Restauración hasta la II República. Se quiere contribuir así a la recepción y al análisis de una de las propuestas más singulares del catolicismo es- pañol del siglo XX desde una comprensión cultural.
Por ello, primero me detendré a analizar la acogida bibliográfica del protagonista y su obra tanto desde el campo propiamente civil como confesional. A continuación, plantearé algunas de las paradojas que se han producido a la hora de estudiar su aportación pedagógica (biografías, análisis histórico-social del contexto, historia de la Institución Teresiana, etc.). Concluiré con un balance de las perspectivas de futuro que ofrecen las investigaciones actuales sobre nuestro autor y las huellas que pueden dejar en el modo de enfocar el estudio de la historia religiosa contemporánea.
1. PEDRO POVEDA, ¿UNA CITA A PIE DE PÁGINA?
Setenta años después de su muerte, al observar en perspectiva la imagen de Pedro Poveda proyectada por la bibliografía eclesiástica o/y pedagógica, se tiene la sensación de no haber podido reivindicar del todo a otro de los grandes olvidados de la cultura española contemporánea. Hay varias razones. Unas, políticas. Entre ellas, su trágica muerte el 28 de julio de 1936, en los primeros días de la Guerra Civil española. Otras son religiosas, como su empeño por inculturar la fe cristiana mediante el ejercicio profesional de mujeres laicas, principal- mente en la enseñanza pública. A eso se añade, como explicación cultural, el desconocimiento de sus escritos.
Ni su reconocimiento como «humanista y pedagogo» por la UNESCO en 1974, en el centenario de su nacimiento, ni su beatificación en 1993 ni su canonización en 2003 han supuesto una difusión mayor de su vida y de su obra, escasa- mente difundida entre el gran público, malinterpretada o reducida en su originalidad a unos esquemas que no dan cuenta de su complejidad ni de sus matices.
Poveda no fundó, en modo alguno, una nueva Congregación Religiosa dedicada a la enseñanza, sino que, por primera vez, aun apoyándose en experiencias similares en el terreno de la enseñanza privada –como las Asociaciones de ma- estros promovidas por el jesuita P. Tarín, diseñó un programa que quería ofrecer a los maestros y las maestras cristianas la posibilidad de organizarse y de participar en el proceso de construcción de una escuela nacional de carácter estatal desde los presupuestos de su fe. Inspirado por el modelo teológico y espiritual de «los primeros cristianos», ciudadanos iguales en derechos y deberes a los demás en una sociedad inmersa en un periodo de secularización, escribió en 1911 el Ensayo de un proyecto pedagógico2. A raíz de esta publicación, fundó la que más tarde se conocería como Institución Teresiana. En tanto que asociación de mujeres laicas dedicadas a la enseñanza, primordialmente la pública, su ideal comenzó a cristalizar en torno a las Academias como centros de formación que, en estrecha colaboración con las Escuelas Normales oficiales, deseaban contribuir a lograr el objetivo último de hacer presente el mensaje cristiano, mediante una adecuada preparación de las profesionales del magisterio, en las estructuras educativas estatales.
Tanto la importancia concedida al carácter asociativo, en sintonía con las preocupaciones profesionales y pedagógicas de la época, como el impulso dado al papel protagonista que la mujer podía llegar a adquirir en el ámbito académico, comenzando por la primera enseñanza, convierten a Poveda en un pensador y organizador que no puede quedar circunscrito sin más al ámbito de la «inteligencia» católica. Debería ser estudiado en el contexto histórico de una de las etapas más fecundas de la cultura española, por la que se dejó influir y en la que quiso incidir. Téngase en cuenta además su constante preocupación social, des- de sus años de joven sacerdote en Guadix, donde en 1902 fundó unas escuelas para los niños y las niñas de las cuevas, hasta el final de su vida, tras haber sido miembro tanto de la Junta Central contra el Analfabetismo como de la Herman- dad del Refugio. Como ha dicho Dolores Gómez Molleda,
«su preocupación por la educación de las clases populares, por la asociación profesional de los maestros y su promoción social, por la actualización pedagógica del profesorado y la renovación de los métodos de enseñanza, y sus realizaciones en el campo social-educativo, lo sitúan en un puesto relevante dentro del movimiento educativo moderno y reformista».
En su madurez, su innovadora visión del apostolado laical, a través de la presencia cristiana en las estructuras estatales, refleja precisamente la profunda huella del proceso de modernización que experimentó la sociedad española entre la Revolución del 68 y la II República y que tuvo en el regeneracionismo finisecular un punto de especial relevancia. Tratando de superar una postura confesional marcada por el celo catequístico, Poveda procuró sintonizar el testimonio ejemplar de vida cristiano con una formación científica acorde con las exigencias del momento, más allá de las polémicas sobre la enseñanza del catecismo, manteniéndose al mismo tiempo fiel al magisterio papal. Para él, fe y ciencia no se contraponían, en un momento en que determinados sectores lo sostenían con convicción. Lo que cabía hacer, en su opinión, era, por el contrario, articular este diálogo, teniendo en cuenta las complejas relaciones de poder de una sociedad que demandaba la autonomía de la vida pública: «Pensar en la modificación de la legislación vigente, cuando cada nueva ley es un paso más hacia el laicismo, sería pensar en un remedio irrealizable»4. Frente a esta actitud y mediante la fundación de la que llamaba la Institución Católica de Enseñanza, que no logró materializar, proponía en Ensayo de proyectos pedagógicos:
«formar, según el espíritu cristiano y ajustándose a los mejores métodos pedagógicos, un cuerpo de profesores de primera enseñanza, a quienes presentará anualmente a oposiciones a fin de obtener el mayor número de plazas en las oposiciones a escuelas públicas; y segundo, mantener por todos los medios posibles, y a costa de los mayores esfuerzos, el espíritu cristiano y la unión profesional en todos los profesores que pertenezcan a la Institución».
Asumiendo la novedad de tal planteamiento, así como el difícil equilibrio que provocó esta apuesta al situarse en las fronteras de la praxis católica habitual aquellos años, las siguientes páginas procurarán dar cuenta tanto de la recepción historiográfica de esta propuesta como de indicar las posibles líneas de fuerza en que se inscribe, haciéndolas y haciéndose así históricamente inteligibles. De otro modo, habría que reconocer, con Cioran, que, en el caso concreto de Poveda, tiene una irónica validez afirmar que «el hombre hace la historia; a su vez, la historia lo deshace a él. Él es su autor y su objeto, su agente y su víctima».
Creo conveniente, por tanto, confrontar la actitud ante la figura de Pedro Po- veda de quienes lo observan desde la distancia de una cultura laica en sentido estricto y de quienes, en cambio, ven en él un maestro para vivir cristianamente la vocación educativa y científica en esa misma realidad laica. Podrá percibirse que las opiniones entre ambos grupos no son sin más contrarias sino que, en ocasiones, pueden ser complementarias y que, dentro de un mismo grupo y no sólo en el interior de cada uno, pueden existir también discrepancias. En todo caso, de todas ellas se verán emerger lugares decisivos de interpretación que suscita el fundador de la Institución Teresiana y que pueden ayudar también a explicar el por qué de su eclipse historiográfico.
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ARMANDO PEGO PUIGBÓ. Universitat Ramon Llull,
en Hispania Sacra, LIX 120, julio-diciembre 2007, 707-740, ISSN: 0018-215-X